Ayer y anteayer hubo una feria gastronómica en el Paseo El Carmen, en Santa Tecla.
Alrededor de las cinco de la tarde de ayer, después de haber recorrido todos los puestos y comido y bebido de todo, un atol de semilla de marañón que sabía demasiado bien, además de una pizza de loroco y hongos (eh, paja, la pizza era de la Pizza Italia, a la que según un chero deberían llamar Pizza Pupusa, pero ya), las cinco con tantos minutos, mi hermana y yo nos detenemos en un puestito de chucherías. Vendían collares, pulseras, aritos y esas cosas de ecofeminista y marihuanero pussy.
La tipa que atendía era muy atenta.
Mi hermana pregunta cuánto vale un collar.
Ah, fijate que este es de conchanácar pintado a mano, esto otro es de cáscara de coco...sí, este de coco.
Mi hermana pone una cara de ah, ya.
¿Y vale?
Ah, fijate que estos cuestan a trés, pero te los doy a dos.
¿Y este?
Fijate que este es un talismán antiguo que usaban los antiguos hippies para ir a pelear en batallas y todas esas ondas, se los ponían antes de salir y los pintaban a mano sus mujeres y se los daban. Ah, te lo doy a dos también.
Yo la observé cada milisegundo de ese momento y no vi más.
Al parecer, los hippies se remontan al período posclásico mesoamericano.
Al parecer, fumar zacate del recio sale más barato que ir a la u.
Lo que me pareció curioso no fue la aclaración, sino más bien el uso artesanal que los hippies daban desde entonces al esmalte acrílico y la brillantina.